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ha entendido mejor que con los demócratas-; difícil con el Dios absolutista incompatiblecon la democracia o con el Dios que recela de la sexualidad.Es difícil que las personas, jóvenes o adultas, no lleven dentro de sí la sombra de unDios castrador, aquel del que en un colegio de religiosas la madre superiora había escri-to en los retretes de las alumnas: "Dios te está mirando".El famoso poeta brasileño João Cabral de Melo Neto, cuando estaba para morir, quisohablar con un sacerdote de la Teología de la Liberación. Le confesó que era ateo, peroque en aquella hora final lo asaltaba el miedo de "aquel infierno del que me hablaban deniño en la Iglesia". El teólogo le dijo que, además de no existir el infierno, un poetanunca tendría lugar en él. Aquel teólogo era Leonardo Boff, condenado al silencio por elentonces cardenal Ratzinger y hoy papa Benedicto XVI.El Dios del miedo es el Dios que no merece existir. El miedo es argamasa humana, es elarma de todos los poderes de la Tierra, no tiene nada de divino. Es tirano. Solo la felici-dad es liberadora. El miedo es usado y abusado por las Iglesias institucionales. Jesúsnunca impuso miedos a los que le seguían. Se los quitaba. Él los tuvo también. Tuvomiedo de morir, sudó sangre ante la inminencia de su muerte, pidió explicaciones aDios de por qué dejaba que lo mataran si era inocente. Y de él tuvieron miedo los hipó-critas y los poderosos, nunca los arrinconados o indignados.Aquel profeta tenía solo un
pecado
: no creía en el sufrimiento ni en el dolor ni en lamuerte como armas de redención. No soportaba ver sufrir a nadie. No le gustaban losmuertos y los resucitaba. Nunca pidió a sus apóstoles que hicieran ayunos y penitencias,ni que fueran héroes o vírgenes. Estaban todos casados, como él.Y no fue un profeta fácil: exigió, con naturalidad, algo que nos parece locura: devolver bien por mal. Sabía que la felicidad -que era su única teología- se engendra en la paz yno en la guerra, en el perdón y no en la venganza.¿Se vive mejor sin Dios? "Depende, señores". Sin el que ofrecen las iglesias que no te permite morirte en paz, ni hacer el amor sin que te espíe como un policía, se vive mejor.Se vive mejor sin el Dios que pretende adueñarse de lo más sagrado del ser humano: sulibertad y su conciencia. Por lo menos, sin él, se vive sin menos miedos, que no es poco.¿Y con el Dios en el que creía monseñor Romero cuando lo acribillaron a balas en elaltar por defender a los pobres contra el poder, se vive mejor?, se preguntarán algunos.¿Se vive mejor con el Dios que apuesta siempre por los que pierden, el Dios de aquelJesús que no solo perdonó en la cruz a los que blasfemaban contra él, sino que hasta losexcusó: "Perdónales, porque no saben lo que hacen", expresión máxima del amor su- premo que no humilla ni cuando perdona?Creo que como mejor se vive es siendo fiel a la voz de la conciencia, más severa que lasleyes porque no es posible burlarla, y que constituye la única fuente de libertad. El car-denal Newman, convertido del protestantismo al catolicismo, fue un defensor del pri-mado de la conciencia sobre la ley. En la
Carta al Duque de Norfolk
cuenta que, si seviera obligado a hacer un brindis, lo haría "primero a la conciencia y después al Papa". Newman tiene una frase que aún hoy, después de dos siglos, sigue poniendo los pelosde punta a la Iglesia y a los teólogos tradicionales: "Prefiero equivocarme siguiendo ami conciencia, que acertar en contra de ella". La Iglesia defiende, al revés, que la con-ciencia debe ser antes formada. Por ella y con el miedo, claro.¿Se vive mejor sin Dios? Depende. Quizás se tenga a veces la tentación de creer en al-guien más que humano, capaz de exorcizar la crueldad que siembra de muertos inocen-